A UN AÑO DE UNA ELECCIÓN POLÉMICA
Hoy hará un año que escribí estas reflexiones que pongo a continuación, y que intitulé "Una mirada al Papa Francisco". Resulta
que un amigo mío de la infancia tiene un periódico y me pidió unas líneas a
propósito del nuevo Papa Bergoglio, el día de su elección. A un año de
distancia, puedo confesar que esta petición me supuso un malestar y un trabajo enormes: yo no
estaba demasiado entusiasta con la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa. Muchos jesuitas latinoamericanos no lo estábamos. Había muchas historias que
habían circulado durante muchos años, a propósito del desempeño de Bergoglio
como provincial de Argentina, y que minaban nuestras expectativas sobre lo que
podía ser el nuevo Papa. Y nos equivocamos, (¡bendito sea Dios!) crasamente.
No es hipocresía. Me da gusto y vergüenza
haberme equivocado. Gusto, porque este Papa ha supuesto una vuelta a lo más
importante del Evangelio: la misericordia y el amor de Dios como centro de la
vida cristiana. Vergüenza, porque creo que yo mismo no fui misericordioso en mi
juicio sobre Bergoglio, un juicio que no siempre fue interno aunque tuve mucho
cuidado de no hablar demasiado sobre ello, sobre todo con personas que no son de
la Compañía. Hay que admitir que había motivos para pensar lo que pensaba,
motivos que al parecer él mismo ha confirmado en parte (y en gran parte no),
pero estas cosas también me enseñan a ser más cuidadoso.
Pongo el artículo que escribí hace un año. En aquellos
días yo pensaba que era excesivamente optimista, pero descubro con gran gusto que
¡me quedé corto, cortísimo! Realmente he descubierto a un buen pastor en este Papa,
de esos que uno piensa a veces que nunca llegan muy lejos ni muy alto. Me quedo
con frases suyas que me parecen muy osadas pero que hacen eco en mi modo de ser
jesuita: “sean pastores con olor de ovejas… ¡que se sienta!” “Salir de nosotros
mismos para ir a la periferia al encuentro de los más alejados, los olvidados y
quienes necesitan comprensión, consuelo y ayuda.” “Si una persona homosexual tiene
buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla.” Y de verdad, tampoco
estoy siendo hipócrita cuando digo que nunca pensé escuchar estas cosas en boca
de un Papa. Espero seguir disfrutando de esta gran bendición.
Una mirada al Papa Francisco
Rubén Corona, S.J.
En
estos días, me imagino que a los jesuitas nos repetirán bastante las mismas
preguntas: ¿qué podemos esperar de la elección del nuevo Papa? ¿Será
conservador o progresista? ¿Cómo va a resolver los asuntos pendientes de la
Iglesia? ¿Qué te parece el hecho de que sea jesuita? Independientemente de las
ganas de muchos de hacer especulaciones, estimaciones y demás pronósticos, creo
que podemos ver algunos rumbos posibles en los gestos del Papa Francisco.
No es
casualidad que hubiera elegido el nombre de Francisco. Al parecer, no escogió
ese nombre por el santo jesuita del siglo XVI, Francisco Xavier, sino por el
santo de Asís. Bergoglio adquirió una reputación de austeridad cuando fue
arzobispo de Buenos Aires, que juntó con una preocupación por los más
necesitados. Al parecer, fue un obispo realmente entregado a su labor pastoral,
cercano, sencillo, austero, vivo. Podemos decir que nuestra Iglesia vive
momentos en que una profunda restauración se hace necesaria. Ya los cardenales
habían manifestado la necesidad de elegir un Papa verdaderamente volcado al
trabajo pastoral. La imagen de san Francisco restaurando la pequeña capilla de
la “Porciúncula” viene a la cabeza, o tal vez aquella del sueño de Inocencio
III, en el que el Papa vio al “poverello” de Asís sosteniendo la Iglesia.
La
restauración no tiene que ser espectacular, por lo menos no tiene que serlo en
sus inicios. En su primera aparición, el Papa Francisco no hizo mención de su
condición pontifical sino episcopal. Es, ante todo, el obispo de Roma. Es un
gesto fuerte y al mismo tiempo es sencillo. Presentarse con austeridad ante el
pueblo al que se debe como pastor es un gesto humilde, tal vez imperceptible
para muchos, pero lleno de sentido. No se presenta primero al mundo con un
triunfalismo pomposo, sino que pide la bendición en un gesto de sencillez.
¿Teatralidad? Sólo podremos saberlo por la manera en que sus acciones y sus
decisiones se articulen con la figura del pastor inclinado ante la grey.
Sin
embargo, la austeridad no lo es todo. Jorge Mario Bergoglio es sobre todo un
jesuita, un religioso formado en una espiritualidad, la de san Ignacio de
Loyola, que le confiere un estilo personal. El cristianismo es un modo de vida,
no es simplemente una doctrina sino algo que compromete a la persona entera, es
decir que lo fundamental está en la manera en que el creyente se decide a vivir
unido y entregado al Dios de la vida al modo de Jesús de Nazaret. La
espiritualidad ignaciana es un seguimiento de Jesús pobre y humilde (encontramos también algunos gestos “franciscanos”
en san Ignacio de Loyola) para más amarlo y mejor servirlo. Frente a los
problemas del mundo, el jesuita es alguien que vive una comunión personal
íntima con Jesús y que lleva esta relación a todos los ámbitos de la vida.
Desde esta perspectiva, todo toma su lugar. No es sino a partir de esta
relación con Cristo que el jesuita se define como un religioso de vida activa,
puesto que es contemplativo en la acción.
La
acción pastoral está cargada de espiritualidad, de la relación con Dios que
fecunda los trabajos y el trato con las personas. Visiblemente Bergoglio ha
sido un pastor impregnado de este espíritu. Esto es muy importante, porque la
apertura de los ministros de la Iglesia no se define en las posiciones más o
menos “progresistas” que puedan tener. Se define en cambio en la mirada que
tengan sobre el mundo, en la manera de contemplar la acción de Dios en medio de
nuestras vidas y de nuestra realidad. La apertura se da en el modo de mirar al
mundo.
Seguramente,
la mirada que lance el Papa Francisco sobre la Iglesia será muy distinta de las
que hemos visto últimamente. Es una mirada que viene de los márgenes. Un Papa
que viene del sur, de América Latina, de un pueblo empobrecido y necesitado de
consuelo. “Me fueron a buscar al fin del mundo”, dijo en la Plaza de San Pedro.
La suya será una mirada distinta, no será la mirada de un gran personaje
mediático o de un intelectual, será la mirada de un pastor que viene de los
límites del mundo, que ha querido estar con los marginados y desde ahí
contemplar esta acción de Dios.
Todo
esto ilumina de una manera nueva la falsa dicotomía entre “conservador” y
“progresista”. Es evidente que Jorge Mario Bergoglio es alguien que tiene una
formación muy clásica dentro de la Iglesia y que no es dado a las innovaciones
en materia de moral. Eso es cierto. Desde ese punto de vista, no tendremos un
Papa demasiado reformista o de cambios espectaculares (aunque me da por pensar
que el único cambio que la gente quiere ver es en moral sexual, algo
tremendamente reductor del Evangelio y de la vida cristiana). Su reforma estará
(o no) dentro de su relación con Dios y su relación con el Pueblo de Dios que
es la Iglesia. Ahí estará todo. Lo demás es de pocas miras. Por eso, soy de los
que piensan que la verdadera reforma es primero pastoral y de acción social.
Es
cierto que la historia de Bergoglio es difícil. Como superior provincial de los
jesuitas en Argentina tuvo una actuación polémica, e incluso podríamos decir
que fue cuestionable. Sin embargo, no hay un único punto de vista de estos
hechos. Hay personas que lo sostienen y que lo apoyan. Hay que recordar que en
periodos de represión o de guerra, los puntos de vista no son homogéneos. Dicho
sea de paso, esta historia suya en la Compañía de Jesús contrasta mucho con su
actuación como obispo, donde mucha gente se pone de acuerdo para decir que lo
hizo muy bien. El arzobispo Bergoglio ha sido alguien querido por los fieles y
por los sacerdotes de su diócesis.
Tal vez
lo mejor que podemos hacer es lo que él mismo nos recomendó: rezar por él. Su
avanzada edad y sus problemas de salud no nos permiten pensar que tendremos
muchos años del papado de Francisco. Puede ser un “Papa de transición”. Yo
quisiera pensar en un Papa de restauración, sobre todo que restaure la relación
de Dios con su pueblo. Que podamos volver a entender que la Iglesia no es un
lugar donde alguien “hace carrera” o busca fortuna, sino que es el lugar donde
se decide esta relación de Dios con su pueblo y de cada persona con Cristo.
Ojalá.
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