COMPLICIDAD
Parque de la capilla y la arena (a la derecha) en Padua |
Hace algunas
semanas, tuve el privilegio de descubrir la capilla de los Scrovegni, que se encuentra
al lado de lo que fue la casona de esta familia, y que fue construida junto a
una antigua arena romana en Padua. Hoy sólo quedan la arena, la capilla y la
antigua propiedad de los Scrovegni convertida en parque. Se le conoce también
como “la capilla de la arena”. Lo que la hace interesante y la convierte en
museo es la decoración que hizo Giotto en el interior.
Tuvimos
la suerte de conocer a un profesor de historia del arte, un
italo-estadounidense que radica en Padua, Thomas Mertone. Nos recibió en su
casa, en su estudio, y con mucha claridad nos comenzó a hablar de sus estudios
de la capilla de los Scrovegni. Lo primero que nos dijo anunciaba lo que sería su exposición: “después
de esta charla, quisiera que vieran, igual que yo, que Giotto es a la pintura
del siglo XIV lo que Einstein es a la física del siglo XX”. ¿Qué es lo que
hace tan especial esta capilla? A mi entender, sólo podríamos saberlo si
hiciéramos una comparación de Giotto con otros artistas de su tiempo y
descubrir así los elementos revolucionados por su pintura. De todos modos, me
parece que eso es lo menos importante: el descubrimiento de Giotto me ayudó a profundizar
en la imagen de Dios como amante, como cómplice.
La originalidad de
Giotto en Padua
La
capilla de los Scrovegni era una capilla particular. Enrico degli Scrovegni la
mandó construir en los inicios del siglo XIV para expiar los pecados de su padre,
el conocido banquero Reginaldo degli Scrovegni, a quien Dante colocó en el
séptimo círculo del infierno en La Divina
Comedia como ejemplo del pecado de usura. Usureros o banqueros (desde
aquella época es casi lo mismo), los Scrovegni tenían una fortuna considerable
que les permitía el mecenazgo de artistas notables de la época, como Giovanni
Pisano o Giotto di Bondone. Paradójicamente, esta capilla está dedicada a
Nuestra Señora de la Caridad. Uno de los frescos de Giotto muestra cómo Enrico
ofrece la capilla a la Virgen, quien acoge con agrado la ofrenda.
La cosa
comienza con una escultura de Giovanni Pisano, que estaría terminada justo
cuando Giotto llegó para decorar los muros de la capilla. Se trata de una
escultura de la Virgen cargando al niño Jesús. Pisano se enfrentó a un
problema: ¿cómo mostrar que el niño es el Hijo de Dios? Lo más sencillo sería
hacerle una aureola, pero resulta problemático hacer esto en piedra. Las más de
las veces, las aureolas de piedra se asemejan a una especie de toca cuando son muy
gruesas, o se vuelven demasiado frágiles si son delgadas.
Capella degli Scrovegni. Izquierda, escultura de virgen de Pisano. Derecha, fragmento de la escena del nacimiento (Giotto) |
Giotto
decora la capilla de los Scrovegni al estilo de los artistas de su tiempo. Los
cuadros, sobre todo los frescos de una capilla, no son sólo meras decoraciones.
Son verdaderas catequesis ilustradas, discursos sin palabras donde las
secuencias intentan hablar al corazón del creyente. Y muchas veces, como
veremos a continuación, las imágenes son mucho más fuertes que los discursos.
Examinamos
entonces una de las muchas historias que Giotto cuenta en la capilla de los
Scrovegni, la de San Joaquín y Santa Ana, a quienes la tradición ha designado
como los padres de la Virgen María. La historia de Joaquín y Ana no es bíblica,
sino que está tomada de evangelios apócrifos (igual que la historia de los
“tres reyes magos” con sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar; también la
representación de San José con el bastón que florece, etc.) Esta y otras
historias que no aparecen en la Biblia han sido adoptadas por la tradición
católica. Y si bien la teología de muchas de estas historias apócrifas me
parece más que cuestionable, esta parte de la historia de Joaquín y Ana me
parece completamente acorde con el Evangelio de su “nieto” Jesús.
La historia de
Joaquín y Ana
Este
relato parece tener origen en el Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de
la Natividad de Santa María y en el Protomateo. Todos son, como hemos dicho,
escritos o “evangelios” apócrifos (es decir, que no fueron aceptados dentro de
los escritos de Nuevo Testamento). Digamos que para el siglo XIV ya era un
relato que muy probablemente estaba homogéneamente construido a partir de estas
tres fuentes. En la edad media la tradición había sido ya recopilada por Jacobo
de Vorágine y Vicente de Beauvais, y difundida en todo el occidente. Podemos
decir que la historia de Joaquín y Ana está, tal cual, copiada de los grandes
relatos bíblicos que anuncian la llegada de enviados de parte de Dios: Isaac,
Sansón y Samuel (por ejemplo).
Joaquín
y Ana forman un matrimonio temeroso de Dios, piadoso y de bastante dinero, pero
que no ha podido tener hijos. Un día, Joaquín quiere presentar su ofrenda en el
Templo, pero un tal Rubén se lo impide diciéndole que no es digno de presentar
su ofrenda puesto que no ha podido darle una descendencia a Israel. Humillado,
Joaquín no regresa a su casa, sino que se marcha al desierto a ayunar y a pedir a Dios
que le conceda ser padre. Ana se queda en casa, llorosa, pues su marido no
regresa y comienza a pensar que ha quedado viuda. Ambos ruegan a Dios que les
conceda tener un hijo. Después, por separado, el ángel de Dios se aparece a
Joaquín y a Ana y les anuncia la llegada de una niña. El ángel da la noticia
primero a Joaquín, que se precipita a llegar a su casa y luego lo anuncia a
Ana, que sale a recibir a su marido. Se encuentran en la puerta dorada de la
ciudad.
El relato de
Giotto
Hasta
aquí la historia tal como la narra la tradición (que, al parecer, no es muy
uniforme en los detalles). Podemos acercarnos ahora a la manera en que este
relato es contado en los frescos de la capilla Scrovegni. En la primera figura de
esta historia ilustrada por Giotto, podemos ver el momento en que Joaquín es
expulsado del Templo por Rubén. La imagen es bastante dramática: Rubén está
revestido como uno de los sacerdotes del Templo. Su negativa a admitir a
Joaquín toma un aire de una verdadera expulsión, de excomunión. El pequeño
escalón que está a los pies de la escena lo confirma: Joaquín va al abismo, al
lugar de los condenados. La tierra se abre delante de él. El escalón no es un
mero elemento decorativo, es la ilustración de lo que significa una excomunión:
dejar de pisar el terreno firme del Templo y de la comunidad.
Izquierda, rechazo del sacrificio de Joaquín. Derecha, Joaquín y los pastores. |
Los
pastores acompañan a Joaquín al desierto a orar y a ofrecer el sacrificio que no pudo hacerse en el Templo, para
que Dios escuche sus súplicas. En el momento del sacrificio, Giotto sólo
muestra a uno de los pastores. En la escena hay un ángel. Podemos decir que en
este momento de la historia, se trata de un ángel que anuncia que Dios acoge con
agrado el sacrificio de Joaquín, indicado por la mano de arriba que señala al
altar. Es curioso constatar que el pastor sigue entendiendo lo que está
pasando. Como si fuera un testigo que tiene por misión escribir la historia, el
pastor distingue la presencia de Dios y mira hacia la mano que acoge el
sacrificio. El pastor, en posición orante, reconoce la acción de Dios.
La
escena que sigue la podemos representar de manera doble. El ángel anuncia a
Joaquín y a Ana que Dios ha escuchado sus súplicas y que serán padres. En ambos
casos, tenemos paradójicos testigos de lo que acontece. El ángel aparece a
Joaquín en sueños, y sin embargo los pastores pueden reconocer el anuncio. Igualmente,
el ángel se aparece a Ana en la soledad de su cuarto, pero afuera una de las
sirvientas se sorprende del anuncio al reconocerlo. El ángel le dice a Ana que
Joaquín ya se dirige a la casa y sale a recibirlo a las puertas de la ciudad.
El
último cuadro de esta historia me parece conmovedor. Joaquín y Ana se
encuentran en las puertas de la ciudad y se besan. Saben que serán papás. Muy
probablemente (siguiendo la narración), María fue engendrada después del
anuncio, así que la escena asume una dimensión netamente erótica. Joaquín y
Ana, un par de ancianos, se besan en las puertas de la ciudad y se miran a los
ojos: ambos saben lo que está pasando. Ambos son cómplices de la acción de Dios
que está sucediendo en sus vidas. No es simplemente un beso erótico, preámbulo
de una supuesta relación sexual que viene después. Es un beso cuerpo a cuerpo que también es mirada íntima, un reconocimiento de la acción de Dios que
se da a través de ambos. Se reconocen y se aman, y Dios es reconocido en este
amor tan carnal y lleno de vida. Es este reconocimiento lo que constituye su
complicidad: algo secreto se desarrolla en ellos y no quieren dar explicaciones
a nadie más. La vida crece en ellos y lo saben. Son amantes y cómplices.
Izquierda, Ana y Joaquín se encuentran en la puerta dorada. Centro, la risa de las muchachas. Derecha, el beso de Joaquín y Ana. |
Esta
situación puede resultar ridícula a los espectadores que no se dan cuenta de lo
que pasa y se quedan en el epifenómeno. Dos ancianos que se besan en la calle
como si fueran dos jovencitos recién casados puede resultar un espectáculo
cómico. Giotto pinta a una serie de muchachas que se burlan de los viejos, se
ríen contemplando el beso de Ana y Joaquín. Este es el tipo de testigos que no
comprenden lo que sucede, no reconocen la acción de Dios. Para Giotto, los
verdaderos testigos siempre son una minoría, además de que son personajes
pequeños: un pastor, un sirviente (como en las bodas de Caná), una costurera.
Es curioso constatar que precisamente son ellos quienes son testigos de la
complicidad entre Dios y las personas, lo que los vuelve a su vez cómplices de
dicha intimidad. Los demás, como las muchachas, sólo ven lo superficial.
Posdata: ¿quién es
Dios entonces?
Si
preguntamos a un niño que va al catecismo “quién es Dios”, seguramente nos dirá
que Dios es Padre y creador. Y eso es cierto. Pero, ¿eso qué nos importa? Si
Dios nos creó, ello explica por qué estamos en el mundo, pero de ningún modo
explica por qué nos tenemos que relacionar con Él. Dios es creador y es capaz
de sacar vida ahí donde humanamente no puede haberla, como en el caso de Ana y
Joaquín, como en el caso de Adán en el Génesis. Todo eso está muy bien, ¿pero
qué quiere decir eso para nosotros? La vida humana plena no se compone de
respuestas “teológicamente correctas” sino de energía, de impulso, de ganas de
vivir, de alegría. ¿Cuál es el nexo con Dios?
Si nos
dejamos tocar internamente por la historia de Ana y Joaquín, ya tenemos una
parte de la respuesta. Dios no nos da la vida de manera externa, anónima, “desinteresada”,
sino de manera interna, apasionada, comprometido hasta el fondo. No nos llama,
nos empuja. No nos dice hacia dónde hay que ir, confía en nosotros y nos invita
a confiar en Él. Eso es la fe. Creo que esto es el fondo de lo que comprendió
Giotto con el niño que mira a los ojos de su madre.
Una
prueba de lo que digo. En una de las decoraciones de la capilla hay un pequeño
cuadro de la creación. No forma parte de las decoraciones principales, sino que
decora una parte de alguna viga o de alguna columna. Discreto pero eficaz: el
cuadro pone a Dios y a Adán con las manos extendidas, sin tocarse, mirándose a
los ojos. Y si pensaron en que el gesto se parece al que pinta Miguel Ángel en
la Capilla Sixtina, están en lo correcto. En Padua, Giotto enfatiza el gesto de
la mirada. En Roma, Miguel Ángel parece enfatizar el de las manos extendidas…
tal vez para desviar la atención de lo central, que son las miradas de Adán y
de Dios que se entrecruzan. Lo central es la mirada, no las manos. Está claro que Miguel Ángel conocía el trabajo de Giotto en Padua. Y nos queda imaginar que también comprendió esta fuerza de los personajes que se miran a los ojos.
El
gesto de mirarse a los ojos, decíamos, es un gesto de reconocimiento. Si esto es así, quiere decir que Dios sabe quién es
Adán. Sabe que lo va a traicionar (como Jesús sabe que Judas lo va a entregar).
Sin embargo, Dios no retrocede. No guarda ases bajo la manga, no previene la
traición de Adán. Simplemente deja correr la historia. Lejos de ser un gesto
desinteresado, es un gesto amoroso. La complicidad de Dios está ahí: no nos
niega el amor a pesar de saber quiénes somos y todo aquello de lo que somos
capaces. Y cuando deja seguir la historia, Dios hace algo increíble: se la
sigue jugando con el pecador sin pactar jamás con el pecado. Dios no pacta con
el mal, pero va detrás de los “malos”; es decir, los rehabilita, los salva. Es cómplice porque nunca les niega el
amor. Y esa es la causa de la muerte de Jesús en la cruz… lo cual nos llevaría
a escribir páginas interminables.
Yo creo
que Giotto entendió algo central. Dios no es simplemente amoroso: es amante. No
sólo es creador de la vida sin más: es cómplice. Tal vez la capilla de los
Scrovegni sea una invitación a caminar por ahí. Hay muchas otras cosas en esta
capilla, pero creo que un mensaje central, sin el cual no se entiende el resto,
es esta complicidad divina.
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